Como siempre magistral el
blog de David Ruiz y sus periódicos relatos
de su vuelta al mundo con el
Thor Cinco.
Su último post, escrito en el
extremo occidental del Pacífico, antes de iniciar su aventura por el Indico, nos
describe como se ve así mismo, mirándose en un espejo. Y ve el retrato de un navegante
solitario. Con humor y una alta carga de ironía, se hace un autorretrato y una
reflexión sobre eso de navegar solo, digno de figurar en las antologías de la narrativa
náutica, por su agudeza y acierto.
Va de flacos, en eso de tener el
vicio de navegar en solitario. Transcribo su autorretrato:
“Mi delgadez”
“Me miro al espejo y me llama la
atención el tamaño de mis gafas. En un primer momento no entiendo como pude
comprarme unas gafas tan grandes y como es que nadie me dijo nada al respecto.
La familia, los amigos… Cómo es posible que nadie lo comentara. Me los imagino
a todos dándose codazos descojonándose de risa a mis espaldas. Me siento
ridículo y altamente traicionado.
Entonces me doy cuenta que en
realidad es mi cara que ha menguado considerablemente.
Es decir, a mi desaliñado
aspecto, comentado varias veces en este blog, hay que añadirle ahora una
delgadez que empieza a ser preocupante. Hasta ahora venía afectándome desde el
cuello hacia abajo, y más o menos lo podía ir disimulando. Camisetas grandes,
pareos al viento, ocultarme tras un seto, etc. Pero ahora, la delgadez también
se ha apoderado de mi careto y esto no hay quien lo disimule. Para colmo soy
miope y necesito las gafas por mucho que se estén apoderando de mi chupado
rostro.
La verdad es que no sé muy bien
cómo solucionarlo. El problema de la delgadez es una especie de epidemia que
ataca a todos los navegantes solitarios. Lo he comprobado. En aquellos veleros
que viajan dos o más personas, es fácil ver barrigas generosas y caras de
salud. Incluso se ven algunos seres que rozan la obesidad y lucen una expresión
de felicidad crónica en el rostro, francamente envidiable. Además tienen la
piel tersa. Sin embargo, cuando ves a un tipo hecho un pingo, con cara de
náufrago, aspecto famélico, los músculos fibrados pero extremadamente delgados,
marcándosele todos los huesos, el pelo (si aún lo conserva) hecho un estropajo
y con los ojos inyectados en sangre, se trata, con toda seguridad, de un
navegante solitario.
Y no es que no comamos. Al
contrario, por lo que he contrastado con otros colegas de mi misma condición,
comemos todos como posesos. El problema es esta vida que llevamos. Y no es que
me queje ahora de la vida que llevamos, en este sentido estoy muy satisfecho.
Pero hay que reconocer que tanta actividad frenética y constante, lógicamente,
acaba pasando factura.
Tantos sobresaltos, tantas
emociones sin compartir con nadie, tantas euforias y decepciones mezcladas. Por
no hablar de las innumerables noches sin pegar ojo contemplando hipnotizados,
cielos estrellados jamás imaginados o bien, pendientes de una maldita ancla que
se ha puesto a garrear a las tres de la madrugada con arrecifes a sotavento.
Todo esto acaba chupándote hasta
la última gota de sangre. Y por mucho que te hinches a espaguetis a la
carbonara, por mucho que te pongas morado de frutos secos, patatas fritas de
bolsa, huevos con bacon, o tazones de chocolate desecho con churros, es inútil,
sigues perdiendo peso de manera alarmante. Tu organismo se ha convertido en una
maquina infernal de quemar calorías.
Esto me lleva a pensar que si
antaño fue el escorbuto la gran pesadilla de los marinos, ahora nuestra lacra,
la del navegante solitario, es esta implacable delgadez que lentamente se va
apoderando de nuestra frágil existencia. Por mi parte tengo claro que no voy a
regalar nada; voy a vender cara la piel. Por mucho sacrificio que esto suponga,
pienso seguir poniéndome las botas”.
Thor cinco. Publicado en Auckland
el 20 de abril de 2019.